miércoles, 20 de agosto de 2008

EL HÉROE SANTA ANNA, Y SU PUEBLO

Este trabajo lo hice ya hace tiempo, sin embargo es muy interesante por que es la historia de un 'villano' de la historia mexicana; y por ser precisamente eso: parte de nuestra historia. Todos nos quejamos de cómo es el mexicano, que si es flojo, que si da mordidas, que si es machista. Pero una frase es muy cierta: "Quien no conoce la historia, está condenado a repetirla". Entonces, si queremos progresar y cambiar como país, incluso como personas, debemos de saber de dónde venimos. Sólo así podremos observar lo que fue, lo que es, y entonces sí, tendremos la libertad de elegir lo que será. El trabajo es un poco largo, es un ensayo final jeje, pero es un elemento muy enriquecedor que vale la pena sentarse un rato a leer. Así que mejor prepárate para ir hacia atrás en el tiempo y conocer la verdadera historia de México. Disfrútalo.



INTRODUCCIÓN

Antonio López de Santa Anna es una figura muy nombrada en la historia de México, ocupando el salón de los villanos, de los traidores a la patria. Es de suponerse que fuera así, que buscara sus propios intereses, que diera la espalda a sus amigos y a aquéllos que alguna vez lo apoyaron, y que fuera un héroe falso. Pero, ¿hasta qué punto son ciertas estas afirmaciones?, ¿era él en verdad el único que traicionaba y utilizaba al pueblo, buscando gloria y fama?
Para conocer dichas respuestas es necesario urgar en el contexto en que éste famoso héroe caído vivió. Es decir, no podemos juzgar sus acciones desde nuestra perspectiva, desde donde nos hallamos muy cómodos leyendo todas sus traiciones y dejando a un lado la mentalidad de aquellos tiempos.


Eran tiempos difíciles, donde las contradicciones y la guerra civil del país ocasionaban un gran peso para la vida política de México. Un punto importante es la utilización del pueblo para alcanzar los objetivos propios. Claro está, que el patriotismo es también muy destacado en la época, pero a menudo disfrazándose con intereses personales. Tal es el caso de Santa Anna; tal es el caso de muchos otros más, era completamente normal para esos tiempos. La fuente de su poder no eran los grandes generales o tenientes, era el mismísimo pueblo. Quizá el más sufrido, de donde provenía todo poder y toda ignorancia.

La fuerza militar regía al país, era lo que le daba cohesión. Pero precisamente porque el ejército era el que daba la última palabra, otorgaba unión a la nación, más no orden. Generalmente los directivos y la estructura del ejército estaban afiliados al Ministerio de Guerra, pero eran las prácticas irregulares las que constituían la ley. El ascenso de un cargo a otro no dependía del nivel o de los esfuerzos, más cotidianamente eran los pronunciamientos, la vía más directa para ocupar un cargo alto. Los cargos bajos reclutaban generalmente hombres por lotería o por leva. Eran mal equipados, entrenados y “cuidados”, en el sentido de tener pobres aposentos, escasa comida y ropa. Las esposas y los hijos generalmente acompañaban al hombre preso, pues no tenían otra opción. Pero si lograban escapar, convertirse en ladrones o afiliarse con ellos, era el modo de vida más disponible para estas personas.

Los militares se aprovechaban de la gente, la manipulaban para lograr sus objetivos. La gente que se necesitaba era menor a la que los generales solían decir; la causa era que decían que debían defender la nación en contra de los enemigos que sacrificaban la paz, pero en verdad ellos eran quienes, siguiendo sus propósitos personales en busca de gloria, utilizaban a los hombres y masacraban la paz. Y mientras los campesinos morían en las batallas, los generales y sus riquezas crecían cada vez más en el territorio mexicano, las opulencias de haciendas y propiedades del clero y caudillos como caciques. De entre dicha opulencia, Santa Anna sobresalía como millonario dueño de extensos territorios en Veracruz.[1].

La fuerza militar estaba dividida por regiones a lo largo y ancho de los territorios de México, y por tal motivo, el gobierno y la ley tenían poco peso. Eran veinte puntos estratégicos, los cuales se dividieron los militares. Ellos actuaban de acuerdo al Ministerio de Guerra, pero eso no impedía la autonomía de la que gozaban en sus regiones gobernadas; y aún más, los estados que se encontraban a una distancia imposible para que el ejército del gobierno castigara a quienes desobedecieran sus leyes. Pero incluso en las zonas que estaban próximas al poder central, la autoridad del gobierno era nula. Algunos incluso tenían una dinastía que gobernaba por muchísimos años, viviendo de la gente del pueblo y con grandes extensiones de terreno a su disposición. Ellos extorsionaban el poder político de acuerdo a sus intereses, ya que, el levantamiento de una región consistía en el apoyo de otras; esto para el poder central era la perdición total, pues no tenía alternativa alguna por lo que asentía cuando los rebeldes hablaban.[2]

La economía de cada Estado estaba muy ligada con lo militar, ya que, por ejemplo, los productores de tabaco y algodón, los fabricantes de textiles en Puebla, o los mineros en Zacatecas, a menudo se afiliaban y pedían apoyo al ejército para proteger sus intereses. Como los estados estaban escasamente conectados con el centro, éste dictaba órdenes de cómo debía de ser la política económica de cada lugar, las reglas del comercio, si era libre comercio o proteccionista; pero esto no sucedía en lo absoluto debido a que las normas eran cambiadas de acuerdo a los intereses del lugar. En los estados fronterizos como Chihuahua o Yucatán, el manejo de la economía era de ellos pues el centro los dejaba solos para que subsistieran como pudieran.[3]

La unión del país con un gobierno monárquico, la iglesia y la Corona bastaba para mantener unido un país donde las vías de transporte eran penosas y la comunicación escaseaba. Fue por tal motivo que, a raíz de no tener un poder autoritario, el regionalismo en el país, los generales, los caudillos, defendían su punto de vista, sus intereses, y su tierra o región. La iglesia era un factor importante para la cohesión nacional, y su derrumbe, sus protestas por mantener sus privilegios daban pie, y eran el centro de los conflictos nacionales. [4]

Sólo Santa Anna, con sus múltiples apariciones en la grilla política y militar bajo el nombre de salvaguardia de la patria, lograba consolidar a la patria.


SANTA ANNA, SU TRAVESÍA RUMBO AL PODER

Santa Anna nace el 21 de febrero de 1794, en Jalapa, México. Se inició como cadete a la corta edad de 14 años, pues quería involucrarse en la milicia, por lo que convenció a sus padres para que lo dejaran alistarse en el ejército sin tener la edad requerida. Sus padres entonces le cumplieron su capricho y movieron contactos para permitir la entrada de su hijo a la carrera militar. El 8 de junio de 1810 formó parte del regimiento como cadete, y para 1813, Santa Anna ya estaba combatiendo con el ejército realista contra los insurgentes. Ya en calidad de soldado realista, cuya duración fue de 5 años, le fue dada la tarea de pacificar a las poblaciones vecinas. Se sabía que él, más que armas usaba la persuasión para lograr sus objetivos, y de alcanzarlos solicitaba la debida atención y reconocimiento hacia él y hacia sus compañeros. La figura que usaba para la persuasión de los pueblos era la de un representante generoso del gobierno, ya que él impulsaba “(…) la repoblación de pueblos, el reparto de tierras y la consecución de medios materiales”[5], lo que le sirvió más tarde al ascender al poder.

En 1821, ascendió al grado de teniente coronel. Más tarde José Joaquín de Herrera y Guadalupe Victoria, ex–teniente coronel, le ofrece contribuir en el Plan de Iguala siguiendo a Iturbide. Santa Anna aceptó y comenzó a pelear contra el ejército realista y contra la Corona; de esta forma realiza su primera traición. Sus cualidades de líder como insurgente se oían hablar. El pueblo jarocho lo vitoreaba al verlo pasar, “era tanta su fascinación por él que, Iturbide al sentirse amenazado por éste, decidió tomar el bando de Veracruz; pero al llegar allí, nadie lo volteó a ver, su presencia era nula para ellos; y cuando llegó Santa Anna, la multitud le lanzó flores”[6]. El caudillo era heroico y valiente, llamado así hasta por Iturbide quien lo asciende a Brigadier General en 1822. El gobierno de Iturbide padecía grandes dificultades, entre las que se encontraban: “las logias escocesas extendían su acción a todo el país y entre sus objetivos se contaba el de hacer la guerra a la administración imperial (…)”[7]; había roces entre Iturbide y el Congreso, y la economía por el comercio y la paralización de las minas se sumaban. Fue entonces que Santa Anna hace su aparición y toma la oportunidad para llegar a la gloria. Junto con Guadalupe Victoria, el 6 de diciembre de 1822, lanza un “plan o indicaciones para reintegrar a la Nación en sus naturales e imprescriptibles derechos y verdadera libertad”[8]. Allí, se acusaba a Iturbide de proclamarse emperador y por tal motivo, era necesario otro Congreso para la elección de un nuevo gobernante[9]. Para 1823, el caudillo se alía con el embajador de Colombia, Miguel de Santa María, y colabora con él en el Plan de Veracruz a favor de una república federal. A su vez, José Antonio Echávarri y Francisco de Paula Álvarez firman el Plan de Casa Mata, “que de alguna manera constituyó una adhesión al plan de Santa Anna”. Sería en nombre de esta república que Santa Anna contribuiría a derrocar a Agustín de Iturbide quien años atrás le había tendido la mano. Cabe destacar que en ese entonces, él tenía 29 años y sin ser una de las figuras políticas más importantes, su nombre ya era considerado.

En 1824 después de derrocar a Iturbide, se instaura la primera República Federal. Guadalupe Victoria queda a cargo de la presidencia y nombra a Manuel Gómez Pedraza ministro de guerra. Gómez Pedraza había recibido una carta por parte del general José Antonio Echávarri, donde se expresaba cierta desconfianza hacia Santa Anna; por esta razón, Gómez Pedraza aconseja a Guadalupe Victoria que le dé la gubernatura de Yucatán, lejos de las decisiones del país. Allí se ganó el afecto de los peninsulares con abolir leyes que afectaban sus intereses económicos. Pero Santa Anna aún quería más atención hacia su persona, por lo que, anunció su plan de combatir a los españoles en Cuba, donde querían tomar el poder; él vio la oportunidad de los españoles de reconquistar su antigua colonia mexicana. Su plan fue objeto de burla, y sólo Gómez Pedraza, le dio la razón con un sarcasmo que Santa Anna no le perdonaría, pues sólo se querían librar de él. El gobierno por su parte le quitó la gubernatura de Yucatán, acusándolo de obrar sin consultársele, y se le otorgó el puesto de “jefe de ingenieros”; pero él no sabía nada de tales conocimientos, por lo que se refugió de toda actividad política en su hacienda de Manga de Clavo.

En 1828, Gómez Pedraza fue electo presidente bajo un mandato conservador. Santa Anna realizó una revuelta nacional para desacreditar a su rival, esto gracias a Vicente Guerrero, quien le ofreció el puesto de ministro de guerra si le ayudaba a derrotar a Pedraza y quedar él en cambio en el poder. El Congreso lo persiguió, y fue en la Revolución de La Acordada, Veracruz, donde salieron victoriosos los rebeldes, lo que ocasiona la renuncia de Pedraza a la presidencia y al cargo de ministro de guerra.

La estabilidad del país seguía tambaleándose, y de nuevo la lucha entre centralistas y federalistas causaban la guerra civil. Dicha inestabilidad se vio unida por un breve lapso, en el año de 1827, cuando el territorio mexicano se vio asaltado por los españoles, con el general Isidro de Barradas a la cabeza; las palabras de Santa Anna ahora eran recordadas. Santa Anna se vio en la necesidad de conspirar en contra de la República Federal por la que luchó tiempo antes, pues hubo un plan de reconquista por parte de España. Como el caudillo quería asegurar su puesto si reconquistaban la Nueva España, estuvo jugando con unos y con otros. Después Santa Anna tuvo que decidirse y defendió la independencia de México[10]. Entonces, decide convertirse en héroe nacional; esta vez lo consiguió: apartó a los españoles de las costas mexiquenses y asombró a todos con su patriotismo, bravura, valentía. Se imprimieron papeles en su honor, le hicieron poesías; todo por el salvaguardia de la patria. Se le pusieron nombres como “El campeón de Zempoala”, “Héroe de Tampico”, “El hijo de Marte” y, en los años siguientes, se le denominó “Benemérito de la Patria”. Además, del pueblo que ya lo quería recibiría títulos de héroe en Zacatecas, Guadalajara, Veracruz, Yucatán, etc.

Este suceso fue el evento decisivo que lo llevó a la gloria, al respecto por igual entre centralistas, liberales y el pueblo. De aquí en adelante, todos pensarían dos veces antes de atacar su persona.[11]

SANTA ANNA EN EL PODER

Ahora bien, el escenario entre centralistas y federalistas no cesaba; esto era una gran oportunidad para Santa Anna, por lo que decide dedicarse a conseguir la presidencia. En 1832 Santa Anna inició un movimiento en Veracruz en contra del presidente de entonces, Anastasio Bustamante; pero no fue sino hasta 1833 que lo logró derrocar.

Santa Anna, ya como presidente entra a la ciudad en 1833, “no acababa de entrar triunfalmente a la ciudad de México, con la imagen por demás conservadora de Gómez Pedraza, cuando ya le daba la espalda para apoyarse en el ala liberal, representada por Valentín Gómez Farías”[12]. Gómez Pedraza había sido electo presidente en 1828 pero no pudo tomar posesión debido a que sus contrincantes y él mismo, Santa Anna, interfirieron. La razón de tales acciones fue que Santa Anna quería vengar las palabras sarcásticas y burlonas que el nuevo presidente había dirigido hacia su empresa de atacar a los españoles en Cuba. Entonces, decidió realizar una revuelta nacional que desacreditaría a Pedraza como presidente legítimo. Santa Anna tenía el apoyo de Guerrero, quien le había ofrecido ser ministro de guerra si le ayudaba a derrotar a Pedraza con votos a su favor en el Congreso y sacarlo del poder.[13] Entonces lo logra, Pedraza renuncia a la presidencia y se va del país.

Santa Anna obtuvo entonces su primera de once presidencias, pero después de un tiempo, el caudillo decide retirarse del poder por razones que aquél llamó de salud. Entonces, Gómez Farías, vicepresidente, toma el mando y el rumbo de la nación. El general hizo reformas que impulsarían al Estado a olvidarse del régimen colonial, y a pasar a una nueva etapa de orden más laico, que en lugar de haber una clase privilegiada, el peso burgués fuera más fuerte. Esta clase la conformaban unos cuantos en ese entonces, y si perfilaban al poder, sería una oligarquía, por lo que Santa Anna dudaba en la forma de pensar liberadora de Gómez Farías, sus reformas podrían atraer la atención de la gente y lo desprestigiaría. Aún así, simplemente dejó actuar al vicepresidente. Pues “si triunfaba podía cosechar laureles; y si fracasaba aún podría aparecer como el defensor de la mayoría social”[14]. Durante el tiempo en el que Gómez Farías tomó las riendas del poder, miles de personas de estatus elevados (militares, generales, judiciales, etc.) fueron despedidos, privados de su pensión y humillados. Los terratenientes fueron reemplazados. Entonces hubo una inquietud en las clases privilegiadas, por lo que Santa Anna trató de aquietarlos: la iglesia y el ejército.[15]

Tumultos sociales se crearon, la prensa convencía al pueblo, pero por otro lado los conservadores peleaban por sus privilegios; éstos entonces llamaron a Santa Anna, pues él era el único que los podría ayudar. Y se rebelaron; Santa Anna pide al Congreso aprobación para liderar al ejército en contra de quienes pretendían desatar una guerra civil. Se tenían sospechas de que Santa Anna había colaborado con los rebeldes, por lo que emprendió una gira militar. El ayuntamiento del gobierno de Jalapa nombró a Santa Anna “caudillo ilustre, campeón singular; destinado por el cielo para la felicidad de nuestros compatriotas”[16]. Mientras tanto, “Gómez Farías era para la iglesia ¡Gómez Furias!, y el único culpable en la mente del pueblo ignorante”[17].

En 1834, un grupo de ciudadanos de Jalisco le pidió a Santa Anna que cambiara al sistema centralista. Cartas y cartas llegaban suplicándole que hiciera algo. Las demandas por un gobierno centralista fueron creciendo y Santa Anna sabía que en un futuro los centralistas controlarían el poder legislativo, por lo que decidió unirse a ellos. “El final de la Federación era inevitable y sólo se trataba de una cuestión de tiempo”[18]. Pero Santa Anna no deseaba que el pueblo lo viera como tirano, era más partidario populista, por lo que su plan era que los tan recurridos pronunciamientos se dieran en Oaxaca, Orizaba, Puebla, etc. Todos al mismo tiempo, demandando que las reformas liberales se quitaran, pidiendo al presidente proceder a dicha acción. Esto fue acordado por Santa Anna para “verse obligado a hacerlo”.

El nuevo Congreso cuya mayoría era centralista, se instauró el 4 de enero de 1834. Así se comenzó a preparar la adopción formal del centralismo, con la cabeza de la administración de Lucas Alamán. Éste ejerció su poder central controlando a la prensa, a las autoridades legislativas, pero sobre todo, la Iglesia Católica; la cual consideraba ser el pilar de la sociedad.

A pesar de que los centralistas habían tomado el gobierno, existían regiones donde dominaban los liberales. La transición no iba a ser tranquila, pues muchas personas no parecían convencidas de ese cambio. Ahora, el paso final hacia la completa transformación del gobierno federal hacia el central, era la creación de una nueva constitución. Se hizo la constitución centralista, y con ella gobernó Anastasio Bustamante durante 4 años; al término de estos años, ambos fueron reemplazados.[19]

Santa Anna, durante el gobierno centralista, estaba pasando por una etapa muy difícil, pues apoyar a un grupo significaría tener a los otros grupos descontentos. Había personas, sin embargo, en los cuales sí podía confiar como siempre: estaba el General Tornel, quien le había servido a Santa Anna por más de 20 años; también Gabriel Valencia, su cuñado Francisco de Paula Toro, comandante general de Yucatán; y el comandante general de Veracruz, Ciriaco Vázquez., entre otros. Finalmente, su siempre fiel Veracruz, tanto el pueblo jarocho de las zonas rurales como la misma administración, lo quería. Pero él había sido muy cambiante en cuanto a sus ideologías, y es por lo cual ningún grupo confiaba en él. Entonces, decidió retirarse nuevamente a Manga de Clavo, aparentemente renunciando a la presidencia. El Congreso no lo dejó renunciar, y sólo le dieron permiso de restaurar su salud en el retiro.[20]

En su ausencia hubo revueltas por parte de los liberales, Zacatecas y Texas se querían separar, por lo que Santa Anna dijo que “a pesar de no haberse recuperado completamente, iba a sacrificar su bienestar personal por el bien de la nación”.[21] Logró suprimir la revuelta y fue aclamado por la elite social, así como por las autoridades, quienes le otorgaban su profundo respeto, lo cual fue una de sus estrategias; y así, también lo hizo la gente en la Ciudad de México. Fue tal su aclamación que le otorgaron el honor supremo “Benemérito de la Patria”. Pero la prensa no era engañada, pues decían que se preparaba una dictadura tras haberlo comparado con Napoleón.

Por otro lado, mientras que el Congreso planeaba la creación de una república central y una constitución con ayuda de los conservadores en el periodo comprendido entre 1833 y 1836[22], Santa Anna comenzó a tener negociaciones con Stephen Austin con el objetivo de evitar que Texas se independizara y Estados Unidos lo anexara a su territorio. Los Texanos se rebelaron en contra de la supresión del federalismo. ¡Era la oportunidad perfecta para proclamarse como el invencible Santa Anna![23]

Peleó exitosamente en El Álamo y Goliad, mandando informes de su victoria, a lo cual la prensa conservadora pronunció palabras honorables de su persona. Pero el 21 de marzo de 1836 en la batalla de San Jacinto, sufrió una derrota ante Samuel Houston. En dicha batalla, fue capturado por Houston y es obligado a firmar los tratados de Velasco, un Convenio Público y un Convenio Secreto en 1836. El Convenio Secreto estipulaba que Santa Anna no seguiría luchando contra Texas ni podía influir para que otros lo hicieran; debía ordenar la retirada del ejército mexicano; reconocer la independencia de Texas y volver lo antes posible a Veracruz. La prensa liberal entonces lo atacó, informando la captura del General y la venta del territorio de California a EEUU. Fue así que, debido a su derrota, surgió su apodo Napoleon of the West[24]. Así, Santa Anna regresó a su habitual retiro en Manga de Clavo en 1837, deshonorado, y herido por periódicos burlones, esperando que su suerte cambiara pronto.[25]

Un año más tarde del conflicto con Texas, en 1838, Francia invade México argumentando que el gobierno mexicano debía dinero a algunos ciudadanos emigrados de Francia, además de que el plazo de pago de la deuda externa había sido extendido por mucho tiempo. Esta batalla es conocida como la Guerra de los Pasteles, la cual se inició en 1838. México debía pagar la cantidad de 600 mil pesos a Francia, y por dicha razón las tropas francesas atacaron el puerto de Veracruz. Santa Anna peleó con bravura, pero pierde una pierna, la cual es sepultada por un cura en Manga de Clavo; pero los revolucionarios la sacaron y la utilizaron como motivo de burla. Aún así, Santa Anna recobró el carisma, el prestigio y su buena imagen ante el pueblo mexicano; quien le devolvió el título de héroe. El 21 de marzo de 1839 Santa Anna firma un tratado donde arregla pagar la deuda a Francia, y en julio los europeos abandonan el país[26]. Ahora que era el favorito de nuevo, todo estaba bien.

Su lucha por seguir siendo líder lo lleva a actuar en contra del centralismo de Bustamente, durante 1939 y 1940. Así, regresa en 1841 a la capital para tomar la presidencia de México por sexta ocasión, mientras que Bustamante es exiliado de por vida[27].

Para 1842, Santa Anna intenta reconquistar Texas y manda al general Vázquez con 700 hombres a invadir San Antonio y tomar Béjar, Goliad y Cópano. Sin embargo, esta misión falló y en vez de dar una muestra de fuerza a los texanos, demostraron debilidad. Los texanos, al darse cuenta de que México quería invadirlos de nuevo, decidieron reorganizarse y pedir ayuda financiera a Estados Unidos. Se reconquistaron San Antonio y Goliad, pero por razones desconocidas, Santa Anna ordena la retirada. Un mes después, se prepara para un segundo ataque a San Antonio con el general francés Adrián Woll a cargo. Woll obedeció las órdenes de Santa Anna y venció a los texanos que defendían San Antonio, en el mes de septiembre de 1842. Pero a pesar de que obtuvo estas victorias, Santa Anna nunca reforzó las avanzadas militares para obtener la reconquista final. Este hecho es un tanto contradictorio pues años atrás, había publicado las cartas de Bee y de Hamilton para obtener prestigio ante el pueblo, ya que en ellas se expresaban las malas intenciones de los norteamericanos.

En 1843, Santa Anna planea una estrategia para mantenerse en el poder y, así, comenzó la negociación formal de un armisticio con Texas; esto es, “el cese total de las hostilidades”[28]. Houston aceptó el armisticio y lo proclamó el 15 de junio del mismo año, pero tiempo después iniciaron las hostilidades de nuevo. Dicho armisticio le sirvió a Santa Anna para “retardar la lucha contra Estados Unidos, reivindicarse ante la opinión pública y crearse la imagen del patriota, redentor de la nación y de los mexicanos”[29].

Al no obtener el apoyo del ejército para continuar con la invasión, Santa Anna decidió expatriarse voluntariamente en 1845, sin embargo, las Cámaras rechazaron su solicitud. En ese mismo año, fue aprehendido en Jalapa y resultó culpable “por sus procedimientos atentatorios contra las autoridades de Querétaro, por su injustificada violencia contra el sistema de gobierno establecido y por el cargo de enriquecimiento ilícito”[30]. Así, un mes después, el Congreso aprobó una ley de amnistía donde le autorizaban abandonar la República. Santa Anna decidió ir a La Habana, Cuba. Tiempo después, Estados Unidos logró la anexión de Texas.

Este dolor se grabó en el caudillo y decide realizar una nueva estrategia para volver a su silla presidencial. En 1846, Santa Anna comienza a tener pláticas con Estados Unidos ofreciéndole gran parte del territorio mexicano que incluía la línea del Río Grande, las provincias de Nuevo México y las Californias, así como el derecho de tránsito por el Istmo de Tehuantepec; esto por la cantidad de 30 millones de pesos incluyendo Baja California o 20 millones sin ella. Estados Unidos arregló el regreso de Santa Anna a México y el 16 de agosto de 1846, llegó a Veracruz[31]. Se ofreció para atacar a los invasores y en diciembre del mismo año gana las elecciones junto con Gómez Farías como vicepresidente.

Santa Anna había aconsejado al presidente de Estados Unidos, Polk, la manera en que debía invadir México. Todo estaba planeado, después de ordenar que se evacuara Tampico, Santa Anna se mostró indiferente a los avances de los invasores. Una vez más el caudillo había traicionado a su país por dinero; traición que llevó a México en la guerra de 1847, a perder aproximadamente dos millones de kilómetros cuadrados de territorio[32]. Santa Anna dejó el poder y el 10 de marzo de 1847 se firma el Tratado de Guadalupe Hidalgo donde México pierde, como ya se mencionó, más de la mitad de su territorio.

Una de las acciones más importantes que pusieron fin al mandato de Santa Anna fue la venta de la Mesilla. Cuando Franklin Pierce tomó posesión de la presidencia de Estados Unidos, dijo que “no dejaría manipularse por aquéllos que tuvieran miedo al crecimiento territorial”. Después de esto el gobernador del Estado recién agregado William Carr Lane, invadió el territorio de la Mesilla, con la excusa de que dicho territorio estaba sujeto al tratado que fijó la comisión de límites después del tratado de Guadalupe Hidalgo. México esta vez no se dejó sorprender; desde las clases sociales más bajas hasta las más altas, incluyendo al gobernador, al ejército y todo aquel que tuviera que ver con el gobierno, se unieron y decidieron oponer resistencia a esta nueva amenaza. El gobernador de Chihuahua, Ángel Trías, quien había dicho que su territorio era de México y Estados Unidos no tenía derechos sobre éste, a finales de marzo de 1853, se dirigió a la zona en conflicto con 1,500 hombres incluyendo los que pidió al ministerio de Guerra, ya que si Lane fuera apoyado por el gobierno de su país, los mexicanos perderían una vez más, por falta de recursos materiales; algo que Trías no quería que volviera a pasar. Por último, después de amenazas por parte de ambos gobiernos, en agosto de 1853 desembarcó en Veracruz James Gadsden, con el objetivo de negociar la compra del territorio de la Mesilla. Negociaciones que duraron cuatro meses. A partir de la venta de la Mesilla, la dictadura de Santa Anna empezó a caer, debido a la separación con los liberales encabezados por el general Juan Álvarez, quien posteriormente proclamó el Plan de Ayutla en contra de Santa Anna.

El ministro de España da a conocer una entrevista que tuvo con el general Santa Anna el 25 de julio de 1847 donde éste se confiesa “resuelto a arrojar de una vez la máscara de liberalismo en que se vio obligado a cubrirse para volver a su patria”[33] . En este momento, el general da a conocer sus intenciones de acabar con la república e instaurar una dictadura militar. Santa Anna declaró que tomar a Estados Unidos como modelo, había sido un gran error y aseguró “la multiplicación de estados independientes soberanos es la precursora indefectible de nuestra ruina”[34]. Él creía que sólo mediante un gobierno fuerte y puramente militar, se podría poner orden al país.

Al querer imponer su dictadura, Santa Anna se enfrentó a varios obstáculos. Había una fuerte oposición de los Estados pues muchos de ellos estaban controlados por liberales o federalistas. Además, el general necesitaba el respaldo de las clases altas pues éstas controlaban la economía y las finanzas del país. Sin embargo, estas clases no estaban de acuerdo con él y se unieron a los federalistas. Otro problema fue que no había ningún grupo político que lo aceptara como su verdadero líder. Esto a consecuencia de que a lo largo de su carrera política, Santa Anna había sido una persona que basaba sus decisiones y actitudes según los individuos y no siguiendo una ideología fija. “Santa Anna se había servido de los políticos para realizar sus diversos proyectos, desde la elección de Guerrero hasta la derrota de Gómez Farías, pero los políticos a su vez, lo habían utilizado a él para favorecer sus aspiraciones”[35]. Al no haber un partido político que confiara en él, y dado que los jefes políticos que lo hacían, eran muy pocos, el caudillo sabía que había muy pocas posibilidades de que lo aceptaran como dictador.

En su presidencia de 1841 a 1842, el general hizo algunos cambios que beneficiaron al ejército. El 10 de diciembre de 1841 se convocó a la elección de diputados para el Congreso Constituyente, sin embargo, resultó que la mayoría fue para los diputados liberales moderados. Formularon un proyecto de Constitución donde se veía claramente la tendencia liberal, esto no le agradó al caudillo por lo que ordenó la disolución del Congreso. Tiempo después, Santa Anna disuelve el poder legislativo y a partir de entonces, el general comenzó su régimen dictatorial. En él, “impuso préstamos forzosos, celebró negocios fraudulentos y recargó al pueblo con impuestos y contribuciones arbitrarias para pagar a verdaderos bandidos”[36].

Su último gobierno comprendió del 20 de abril de 1853 al 9 de agosto de 1855. En él, Santa Anna gobernó en forma conservadora y dictatorial. Nombró ministro de Relaciones Exteriores a don Lucas Alamán. La relación entre el general y Alamán data desde los años treintas, tenían una correspondencia frecuente pero no regular. Santa Anna no consideraba a Alamán su amigo, sin embargo le dio el cargo de ministro ya que requería de hombres que tuvieran una gran capacidad y que pudieran prestar sus servicios a la nación. Esta acción no le pareció a Juan Álvarez pues el nombre de Alamán “estaba ligado al fusilamiento de Guerrero, el acontecimiento más trágico y odioso de nuestra historia”[37]. En su último gobierno, Santa Anna trajo algunos beneficios para el país como la creación de caminos, la agricultura fomentada, comunicaciones a través de teléfono y la creación del himno nacional. Por otra parte, el caudillo quitó la libertad de imprenta, desterró a don Mariano Arista, creó una policía secreta que perseguía a los que tenían ideas liberales o estuvieran en su contra, además aumentó el presupuesto del ejército. Para mantener al ejército se requería mucho dinero y el general lo tomaba “de las cajas del tesoro”[38], lo que pronto llevó al país a una bancarrota. Intentó solucionar estos problemas económicos mediante la imposición de impuestos, incluso se llegó a poner impuestos sobre puertas, ventanas y animales domésticos. En 1853 estaba por terminar el plazo de su gobierno, pero la legislatura de Jalisco levantó un acta donde se apoyaba la idea de que el gobierno de Santa Anna fuera por tiempo indefinido. Esta idea tuvo un gran apoyo por parte de las grandes poblaciones, “en México se expidió un decreto por bando solemne, en virtud del cual se le daban facultades absolutas al dictador, con derecho a nombrar sucesor y se le daba el trato de Alteza Serenísima”[39].

El 1º de marzo de 1854, Florencio Villareal proclamó el Plan de Ayutla donde desconocían a Santa Anna como presidente, se pedía nombrar un presidente interino quien tenía que convocar a un Congreso Constituyente. Esta rebelión en contra del general fue creciendo. Santa Anna quiso combatir este movimiento utilizando el terror, comenzó a fusilar a sus partidarios pero esto sólo empeoró la situación. En 1855 cuando Ignacio Comonfort, que se había unido al Plan de Ayutla, se apodera de Colima, Zapotlán y avanza hacia Guadalajara, Santa Anna escapa a Veracruz y publica un decreto donde nombraba un triunvirato compuesto por Pavón, Salas y Martín Carrera, para que se encargaran del gobierno. Tiempo después, publica un manifiesto donde se alaba y dice que el pueblo mexicano es ingrato, se despide del país y se va a La Habana.

IMPACTO Y CONCLUSIONES

El gobierno de Santa Anna fue un gran suspenso para la historia mexicana. Gobernó en una época en la que la guerra civil estallaba por el más mínimo movimiento. A pocos años de terminar la Guerra de Independencia, Santa Anna participó en la guerra civil posterior con una forma de pensar propia de su época. El manejo del poder en esos años se daba por la fuerza militar, pero también, por la prensa; acentuando la situación dividida del país.

Se requería de alguien que viniera a salvar al país, a traer paz. El pueblo lo aclamaba, lo quería, y muchos querían ser ese héroe o héroes. Había grandes personajes de la época, unos centralistas, otros federalistas, pero nadie lograba crear una unión tal, que la guerra se acabase. Fue Santa Anna, sólo él y su personalidad tan egoísta, queriendo alabarse y ser respetado; quien pudo en gran parte unificar al país. Incluso los generales quienes deseaban su popularidad, le atribuían honor y gloria. Bustamante consideró a Santa Anna como “un centralista de membrete, oportunista sin principios y un individuo que así como abrazaba el federalismo, tomaba el centralismo como bandera, de acuerdo con su conveniencia[40]. Pero no importaba cuántas veces hubiera traicionado, siempre podía tener los brazos extendidos. Esto, sólo si los intereses de los dos bandos se acomodaban a los suyos. Y aún cuando no hubiera tal mezcla de intereses, era Santa Anna el indicado a unificar a la patria.

No fue él quien dictaminaba sus triunfos, era el pueblo quien lo glorificaba, quien lo inmortalizaba, y éste siempre tan ambicioso de acuerdo al pensamiento de la época. Después de todas sus grandes hazañas, su nombre era querido por el pueblo, pero nunca bastaban los vitoreos de la gente, sus grandes honores otorgados por la nación, ni si quiera su título “Benemérito de la Patria”, siempre tenía sed de algo más. En ese escenario revolucionario, la única forma de alcanzar respeto y honor era mediante la fuerza de las armas; era lo único que importaba: renombre y grandes honores para un caudill

Por otro lado el tratado de la Mesilla marcó los límites definitivos entre México y Estados Unidos. A partir de la fijación de esta línea el territorio mexicano no volvió a sufrir modificaciones. Estados Unidos, entró en una etapa de inestabilidad la cual terminó en lo que ahora conocemos como Guerra Civil, lo que permitió que México empezara a crecer y desarrollarse independientemente.

Santa Anna fue un gran líder y una persona muy astuta. Supo manejar las personas a su antojo y también aprovechar las circunstancias políticas en que se encontraba México, para permanecer en el poder. Es muy importante hacer notar que no utilizó la fuerza ni la dictadura para mantener el poder, pues su dictadura en realidad duró muy pocos años y tuvo su apogeo en la última presidencia de Santa Anna. El general debía ser más astuto que eso, por lo que usó estrategias tales como cambiar de bando según le conviniera, o dejar el poder y retirarse a su querida Manga de Clavo cuando el país estaba en medio del caos; esto para que otro lo resolviera, y cuando la tempestad había pasado, “su alteza serenísima” regresaba a tomar el poder aprovechando las circunstancias para llegar con el título de héroe. Es por esto, que a pesar de sus tantas traiciones, el pueblo lo alababa. ¿Qué era lo que veían en él? ¿Por qué lo llamaron tantas veces al poder? Tal vez fue su carisma, su valentía, su dureza, su astucia, o tal vez su ambición, no podemos saberlo con seguridad. Pero Santa Anna logró unir al pueblo, liberales y conservadores, centralistas y federalistas, en un solo pueblo pidiendo su regreso, aclamando su liderato. La diversidad de ideologías de los mexicanos era grande, sin embargo, todos estaban de acuerdo en una cosa: querían que Santa Anna los dirigiera.


FUENTES DE CONSULTA

Bibliográficas

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VILLALPANDO César, José Manuel. Las balas del invasor. Miguel Ángel Porrúa, 1998 México. 190pp.



[1] The central republic in Mexico, p. 7

[2] Ibidem, p. 8.

[3] Ibidem, p. 9 y 10.

[4] Ibidem, p. 10

[5] PAZ, Ireneo. Su alteza serenísima. p. 38

[6] Díaz, Fernando. Caudillos y Caciques. Antonio López de Santa Anna y Juan Álvarez, p. 49-53

[7] DÍAZ Zermeño, Héctor. La culminación de las traiciones de Santa Anna. p. 34

[8] Ibidem, p. 56

[9] Ibidem, p. 57.

[10] COSTELOE, Michael. La primera república federal de México (1824-1835). pp. 83-85

[11]Ibidem pp. 58- 64.

[12] Héctor Díaz Zermeño, La culminación de las traiciones de Santa Anna. p 38.

[13] PAZ, Ireneo. Su alteza serenísima. p. 87

[14] DÍAZ, Fernando. Caciques y Caudillos. Antonio López de Santa Anna y Juan Álvarez. p. 110

[15] Op. Cit. Caciques y Caudillos, p. 121 y 122.

[16] Op. Cit Caciques y Caudillos, p. 126.

[17] Op. Cit. Caciques y Caudillos, p. 127.

[18] COSTELOE, Michael. La primera república federal de México (1824-1835). p. 435

[19] Ibidem, p. 435

[20] Op. Cit. The Central Republic in Mexico, 1835- 18456, pp. 46- 50.

[21] Op. Cit. The Central Republic in Mexico p. 51

[22] DÍAZ Zermeño, Héctor. La culminación de las traiciones de Santa Anna. p. 38

[23] Ibidem, pp. 50-53.

[24] ALCARAZ, Ramón. et al. Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos. p.42

[25] Op. Cit, Caciques y Caudillos, pp.

[26] DE LA TORRE, Ernesto y Ramiro Navarro. Historia de México II: de la independencia a la época actual. p. 96

[27] OROZCO Linares, Fernando. Gobernantes de México. p. 248.

[28] DÍAZ Zermeño, Héctor. La culminación de las traiciones de Santa Anna. p.93

[29] Ibidem, p. 96

[30] Ibidem, p. 104

[31] VILLALPANDO César, José Manuel. Las balas del invasor. p. 92-94.

[32] DÍAZ Zermeño, Héctor. La culminación de las traiciones de Santa Anna. p. 126

[33] DÍAZ Zermeño, Héctor. La culminación de las traiciones de Santa Anna. p. 118

[34] Ibidem, p. 83

[35] Michael P. Costeloe, La primera república federal de México (1834-1835). p. 432

[36] Fernando Orozco Linares, Gobernantes de México. p. 257.

[37] Moisés González Navarro, Anatomía del poder en México 1848-1853. p. 391

[38] OROZCO Linares, Fernando. Gobernantes de México. p. 300

[39] Ibídem, p. 300

[40] DÍAZ Zermeño, Héctor. La culminación de las traiciones de Santa Anna. p. 46

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